Las amenazas de Corea del Norte son tan frecuentes y agresivas que sus enemigos, con el paso de los años, han aprendido a no tomárselas demasiado en serio. En Seúl, metrópoli situada a tan sólo 40 kilómetros de la frontera norcoreana, la población apenas se inmuta cuando la propaganda de Pyongyang proclama, por ejemplo, que convertirá su ciudad en un «mar de fuego». Cada vez que algo así ocurre, los periódicos hablan de ello con sobriedad, los karaokes y restaurantes siguen llenándose de gente con ganas de divertirse y las televisores sintonizan antes el béisbol que los comunicados del enemigo.
La campaña del joven Kim tampoco es que haya puesto patas arriba la vida de los surcoreanos (no ha afectado a la Bolsa de Seúl, por ejemplo), pero se comenta en la Prensa y los círculos académicos con preocupación creciente, algo que no se veía desde noviembre de 2010, cuando la artillería enemiga atacó el islote de Yeonpyeong y mató a dos personas. Los gestos desafiantes del régimen comunista siguen subiendo de tono y hay quien piensa que antes o después tendrá que hacer algo si no quiere perder su credibilidad, ya no sólo en la escena internacional, sino ante su propio Ejército. Es decir, el aprendiz de dictador podría verse empujado a justificar de algún modo la escalada de tensión en la que se ha metido: con nuevas pruebas balísticas o nucleares o provocando alguna escaramuza similar a la de Yeonpyeong, con la que demostrar que sus bravuconadas hay que tomárselas en serio.
En Washington, mientras tanto, la «crisis norcoreana» ha subido también varios peldaños en la agenda de prioridades. Pyongyang sigue intentando hacer creer que puede atacar ciudades americanas con misiles cargados con cabezas atómicas. Ayer mismo colgaron en internet otro burdo montaje en el que el Capitolio era alcanzando por una carga explosiva. Los expertos en armamento nuclear no dan ninguna credibilidad a esta amenaza, pero la Administración Obama no puede quedarse de brazos cruzados ante un país que les amenaza día tras día y que sigue invirtiendo en armamento atómico. Además, a EE UU le viene bien en términos estratégicos para posicionarse mejor en el Pacífico frente a China. Kim Jong Un le da a Washington el pretexto perfecto para mover sus fichas en la región. La semana pasada, de hecho, el Pentágono anunció que reforzará su paraguas antimisiles con la construcción de 14 nuevas lanzaderas en Alaska. Según el Pentágono, la inversión (excepcional en un periodo de recortes en Defensa) aumentará en un 50% la capacidad de responder a un ataque y ofrecerá también cobertura a los países aliados de Washington en Extremo Oriente, fundamentalmente a Japón y Corea del Sur.
El Gobierno chino, como era previsible, reaccionó ayer de forma negativa. «[La decisión] tiene un impacto negativo en el equilibrio y estabilidad global y afecta a los intereses estratégicos mutuos. Acciones como fortalecer las defensas antimisiles intensifican el antagonismo y no ayudan a encontrar una solución», criticó un portavoz del Ministerio de Exteriores chino en rueda de prensa. Pekín se ha quejado en repetidas ocasiones de que Estados Unidos pretende «acorralar» a China y preparar un colchón de seguridad a su alrededor en prevención de futuras crisis.
Sobre cómo se vive la crisis en Corea del Norte (el país más aislado del mundo) hay mucha menos información. La propaganda sigue martilleando a la población con patrióticos mensajes belicistas y la inteligencia surcoreana ha detectado actividad en el Ejército enemigo. La mayoría de los expertos sigue pensando que lo que está intentando Kim Jong Un es sentarse a hablar de tú a tú con EE UU para sacar otro tratado como los conseguidos en los últimos años: ayuda humanitaria y normalización diplomática a cambio de promesas de desarme.
Aunque suene disparatado, ha dado resultado en el pasado y podría volver a hacerlo. En una entrevista con la cadena ABC, Obama contempló la semana pasada la posibilidad de volver a negociar, aunque no a solas, como exige Corea del Norte, sino en las llamadas «negociaciones a seis bandas» (en las que también participarían Corea del Sur, China, Japón y Rusia). «Hay muchas cosas que se pueden hacer. Corea del Norte podría empezar anulando sus pruebas nucleares o balísticas. Hay toda una batería de medidas que incrementarían la confianza. Queremos crear siempre las condiciones para el diálogo. Conversar puede ser algo útil», dejó caer el presidente estadounidense.
Propaganda belicista contra el Capitolio
No
es la primera vez que la web oficial Uriminzokkiri («Nuestra nación» en
norcoreano), encargada de difundir noticias y propaganda
antiestadounidense, lanza un vídeo beligerante contra el país. En esta
ocasión, como se ve en la imagen del vídeo, aparece el Capitolio y
señala que «la Casa Blanca es objetivo de un misil de largo alcance
norcoreano». Aparte del precario vídeo, la web confunde el edificio del
Capitolio con la Casa Blanca y denomina el lugar como «semillero de
guerra». El odio a EE UU se hace patente en sus vídeos, cada vez más
frecuentes. En los últimos difundidos en el mes de febrero, Obama
aparecía cubierto de llamas y una ciudad americana desaparecía tras una
bomba. El delirio norcoreano hacia Estados Unidos va en aumento con una
propaganda cada vez más agresiva.
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