John Fyódorov fue prisionero en un campo de concentración durante la II Guerra Mundial, ahí conoció a un perro que se convirtió en su mascota. Al salir libre, el can enfermó y en lugar de pagarle su operación, uso el dinero para ir a otra ciudad donde le ofrecieron un buen puesto de trabajo, algo de lo que se arrepintió toda la vida.
En el 2007, John viajó a Bielorusia y conoció a Zhúlik, quien le recordaba a su vieja mascota. ‘Me dijo: ‘Señor, véndame su perro’. Estaba a punto de llorar’, reveló el dueño del can.
Fyódorov falleció este año, dejando una enorme herencia a Zhulik. De acuerdo al testamento, los dueños deben darle al perro un cuarto separado con televisión, su comida favorita y bañarlo al menos dos veces al día.
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