Pero, cuidado con Taylor Swift, esa muchacha con cara de ángel y de belleza extraordinaria que parece no entender bien lo que pasa a su alrededor.
Se trata en realidad de una artista que conoce a pies juntillas el negocio en que ha alcanzado récords desmesurados e inauditos, si se piensa que hace apenas 23 años que nació en Readig, Pennsylvania, y que irrumpió en la industria musical en 2006, cuando tenía 17.
Triunfó con cinco temas compuestos por ella misma y ocupando las primeras posiciones en un momento en que el universo pop estaba vencido por el tedio y no esperaba ya grandes sorpresas.
Infancia musical
Con una abuela cantante de ópera que participaba en los coros domingueros de la iglesia, Swift aprendió desde edad temprana que actuar frente al público no era al fin y al cabo un hecho extraordinario. Efectivamente, la muchacha se para en el escenario con actitud veterana.
“Me obsesioné con la música cuando a los seis años, cuando me compré mi primer álbum de LeAnn Rimes y quedé enganchada. Comencé a querer componer música cuando tenía 10”.
Se mudó a Nashville, la competitiva capital del country, cuando tenía 13 años.
En sus temas, Swift sólo habla de lo que vive una muchacha de su edad. Amores, desamores y sus novios o ex siempre “balconeados” en su música.
No es provocadora como Lady Gaga ni políticamente incorrecta como Rihanna. Sus canciones, en una primera oída, pecan de naive (inocente) y no falta el que la describa como la más aburrida de las cantantes pop del momento, pero detrás de esa imagen aparentemente distraída se esconde una verdadera fiera de la industria.
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